La novela es
la historia de Mariela, una enfermera española que llega a París en 1918,
durante los meses finales de la Primera Guerra Mundial. La incomprensión de quienes
no conciben que una mujer sea capaz de salvar vidas no le ha dejado otro camino
que la huida.
Con
su uniforme blanco como único escudo, Mariela recorrerá algunos de los
escenarios clave de la historia del siglo XX, desde el horror de las trincheras
hasta Berlín, Moscú y el frente ruso. Pero la crueldad de la guerra no será su
único enemigo. También se enfrentará a la gran epidemia que asoló Europa
durante unos años siniestros: la gripe española, la Bestia, que se cobró tantas
víctimas como los ejércitos.
En
los últimos meses de 2019, Beatriz, una mujer joven que acaba de ser despedida
de su trabajo, recibe de su madre el encargo de encontrar el hilo que enlaza a
cuatro mujeres de su familia, ellas dos y la abuela y la bisabuela de la propia
Beatriz. El cabo del hilo es Trasmoz, el pueblo aragonés del que proceden,
tradicionalmente asociado a la brujería (femenina) y «todavía hoy excomulgado y
maldito». En Trasmoz y en el cercano monasterio de Veruela le aguardan a
Beatriz una serie de documentos, como cajas chinas, y un cuadro misterioso que,
en lugar de firma, lleva lo que parece un número romano: DIX. Los documentos y
el cuadro guardan la peripecia tan sorprendente como apasionante de la
bisabuela de Beatriz, la Mariela que da título a la novela, en los años de la
Primera Guerra Mundial, «un momento en que el mundo se asomaba al precipicio,
pero todavía había esperanza». Atrapada por el misterio y por la fuerza que
intuye en esa historia familiar, Beatriz decide que “iba a encontrarnos”.
Lo
que sigue es la inmersión del lector –a través de la que lleva a cabo la propia
Beatriz- en el periplo fascinante de Mariela por el Madrid azotado por la
llamada gripe española de 1916, por los terribles escenarios de la guerra
europea, por el brillante París que –pese a la guerra– empezaba a ser la fiesta
que contaría Hemingway, por la Alemania en que la frustrada revolución
comunista da paso a la contrarrevolución que lleva en su seno el huevo de la
serpiente nazi, y por la triunfante revolución rusa, llena de luces y sombras.
Un periplo que a la fuerza y el atractivo de esos episodios históricos
cruciales une la calidad de la escritura de Yolanda Guerrero.
En
el Trasmoz en el que vive la joven Mariela en 1916 abundan las supersticiones,
pero una cosa de la leyenda es cierta: las mujeres se reunían; y algo más,
había una saga de herbolarias a la que pertenece la propia Mariela, mujeres que
recolectan las variadas hierbas del Moncayo con fines curativos. Ya esas
primeras páginas de la novela, que son como el prólogo de todo lo que le espera
al lector, tienen un magnetismo especial: «En el Moncayo había cabida para
todos los misterios», y la Cañada de Moncayo, el pueblo imaginario de la
protagonista, «era un paraje de tinieblas y seres mágicos». El misterio y el
encanto se completan con los peculiares nombres propios de la zona: Chustino,
Ostaquio, Nonilo, Simuel; «anda que no sois raros poniendo nombres en la
Cañada», dirá un personaje. El conjunto crea un ambiente envolvente y magnético
que atrapa al lector desde el primer momento, metiéndole de lleno en el
universo autosuficiente de la novela.
De
ese entorno singular la protagonista pasa a un Madrid en el que la gripe hace
estragos y en el que sus conocimientos herbolarios le van a ser enormemente
útiles. Ese Madrid de la segunda década del siglo XX tiene los tintes del
Baroja más duro: pobre, malnutrido, sin higiene, asediado por las enfermedades,
donde las familias obreras se amontonan en cuchitriles de alquileres abusivos.
Un Madrid también zarzuelero o sainetero que la autora refleja con un magnífico
lenguaje y chispeantes diálogos. Ahí, la novela pasa del ambiente misterioso y
mágico del Moncayo a otro totalmente realista, pero descarnado y feroz, más
temible que el mundo de tinieblas.
Con
todos sus horrores, la capital supone un momento de iniciación para la
protagonista. Empezando por el descubrimiento de los libros –Amado Nervo,
Antonio Machado, Unamuno…– y por la nueva conciencia que le van a despertar.
Así, Rosalía de Castro, Emilia Pardo Bazán, que le enseña que es mujer y que
piensa, Gertrudis Gómez de Avellaneda o la Concepción Arenal que sostiene que
«la sociedad no puede prohibir el ejercicio honrado de sus facultades a la
mitad del género humano». Mariela empieza a comprender muchas cosas; por
ejemplo, que cuando hay elecciones, «no vota Madrid, sino solo una mitad». O
que «pensar es sufrir, pero es mejor sufrir que dejar de pensar».
En
la ciudad «había una nueva generación de mujeres que luchaba por dignificar una
profesión imprescindible… la legión femenina de ángeles custodios del doctor
Federico Rubio y Galí», a la que enseguida se incorpora Mariela. Son las
enfermeras, los ángeles blancos que pasaban «abanicando Madrid con un revoloteo
feliz de uniformes blancos y cruces de Malta… eran jóvenes, se abrazaban, estaban
sanas, se besaban, tenían una profesión, hablaban a gritos de emoción al oído
de la compañera, eran dichosas».
Hay
una continuidad entre la vida en Trasmoz y en Madrid: la opresión y la
violencia contra la mujer. Si en Trasmoz un padre viola a su hija pequeña (y,
de paso, acusa de brujería a la mujer que ayuda a la pequeña), en Madrid –donde
Mariela, convertida en enfermera, se mueve por esos bajos fondos barojianos,
ayudando a los más desvalidos- conoce otro caso semejante. En este, Jano, el
hijo de la mujer violada por su padrastro, acabará teniendo un protagonismo
insospechado en las últimas páginas. Las andanzas madrileñas de la joven dan
pie a unos pasajes llenos de emoción que ponen un nudo en la garganta del
lector; la emoción es, de hecho, un elemento destacado en muchos momentos de la
novela.
Mariela
inicia un combate singular con la gripe a la que ella personaliza llamándola la
Bestia, un combate que se prolongará en los años siguientes. El enfrentamiento
entre la enfermera y la enfermedad alcanza niveles épicos; Mariela llega a
dialogar con la Bestia, que se convierte en su enemigo íntimo, y a la que
presenta en toda su repulsión, como un monstruo o un alien. La mal llamada
gripe española, que en pocos años, mató entre 50 y 100 millones de personas,
está considerada la pandemia más devastadora de la historia de la humanidad.
Los
desastres de la guerra
El
siguiente escenario que aguarda a Mariela es París y, enseguida, la Francia en
guerra. En París es acogida por la escritora y enfermera de guerra Mary (May)
Borden. Allí están también Gertrude Stein y Alice B. Toklas, cuya casa, por la
que pasaban escritores como Apollinaire o Blaise Cendrars, «era los sábados por
la noche el epicentro del seísmo de la modernidad». Gertrude Stein vivía como
conducía, ignorando cómo mantenerse en un único carril y cómo manejar la marcha
atrás. París es un oasis de amistad (la amistad es otro tema que recorre la
novela), pero la sombra de la guerra es alargada y Mariela, que ya tiene una
vocación clara, decide marchar al frente como enfermera. Lleva una maleta que
huele a verde, a bosque, a hierbas, a medicinas, a yodo, a quinina, a bálsamo.
«Vas a viajar al terror», le advierte May Borden cuando toma esa decisión.
En
efecto, los horrores de la guerra están minuciosa y vívidamente descritos:
soldados agonizantes, falta de medios en los hospitales de campaña, los
lamentos de los hombres mutilados, el tufo insoportable de la gangrena por el
gas mostaza, el barro que taponaba las vías nasales y la boca hasta tragarse a
los que se hundían en él (miles de hombres desaparecieron así en las ciénagas
de Flandes); la lluvia tóxica, originada por el gas, que provocaba el pánico en
las tropas; el mal conocido como «pie de trincheras» que obligaba a amputar la
extremidad… El desfile de los heridos era el verdadero desfile militar y las
trincheras, enlazadas, formaban la gran cicatriz de Europa.
La
novela contiene aquí un claro mensaje antibelicista. «La patria no te merece,
niño. La patria que te hace esto no es patria», le dice la protagonista a un
herido. Mariela llega a la conclusión de que no hay guerra buena; alguna puede
ser justa si se trata de defenderse, pero buena no es ninguna. Y cambia su modo
de pensar, experimenta incluso una mutación moral. Ahora, le parece más importante
salvar la vida de un solo ser humano que decir la verdad, luchar por la paz que
por valores que sirven a intereses bastardos, que no hay ideal tan alto ni tan
sublime que justifique la sangre inocente derramada. Por eso ella había elegido
una profesión que salvaba vidas.
En esas condiciones, las enfermeras son auténticos ángeles blancos. Merecían ser subidas a los altares de la guerra, pero estos estaban ocupados solo por los generales; igual que los hombres recibían condecoraciones de primera clase por matar, y ellas solo de segunda por curar. Frente a los señores de la guerra, se dice en la novela, están los de la vida: médicos, enfermeras, científicos. La reivindicación de las enfermeras es patente en la novela. Una de ellas dice: «Nosotras escribimos la historia en minúsculas, la de verdad».
Yolanda
Guerrero (Toulouse, 1962) estudió Periodismo en la Universidad Complutense de
Madrid y vivió dos años en Londres, donde trabajó para el Instituto
Internacional de Prensa y sus asambleas en Buenos Aires, Montevideo, Estambul y
Berlín. En 1987 entró en El País y desarrolló su carrera en ese diario hasta
2013. En 1997 fue finalista del IX Premio Ana María Matute, de Ediciones
Torremozas. Yolanda tiene una trayectoria consolidada en el panorama literario.
Reconocida por su habilidad para entrelazar la ficción con hechos históricos y
temas de relevancia social, sus obras suelen sumergir al lector en épocas
pasadas, siempre con un enfoque humano y profundo. Se caracteriza por una prosa
cuidada y envolvente, que le permite recrear ambientes y personajes de manera
vívida. Su interés por las figuras femeninas fuertes y resilientes es una
constante en su bibliografía, explorando a menudo sus luchas y contribuciones
en contextos adversos.
Además
de su faceta como novelista, Yolanda también ha desarrollado una importante
carrera en el periodismo, lo que sin duda enriquece su escritura con una gran
capacidad de investigación y un agudo sentido de la observación. Su obra
"Mariela" es un claro ejemplo de cómo combina estas dos pasiones para
crear historias conmovedoras y reveladoras.
Más información y fuentes:
https://enfermeriaendesarrollo.es/en-sociedad/mariela-la-historia-epica-de-una-enfermera-valiente/