(Otwok, Varsovia, 15/2/1910, 12/5/2008, conocida como «El Ángel del Gueto de Varsovia», fue una enfermera polaca católica, que durante la II Guerra Mundial, ayudó y salvó a más de dos mil quinientos niños judíos prácticamente condenados a ser víctimas del Holocausto, arriesgando su propia vida. Fue candidata al Premio Nobel de la Paz en 2007, aunque no resultó elegida. Fue reconocida como Justa entre las naciones (Reconocimiento del Estado de Israel) y se le otorgó la más alta distinción civil de Polonia: la Orden del Águila Blanca.
Su padre, Stanisław Krzyżanowski, era un médico reconocido. Desde su infancia, Irena sintió simpatía por los judíos. Su padre falleció en 1917 a causa de un tifus contraído al tratar a varios pacientes rechazados por sus colegas: muchos de esos pacientes eran judíos. Tras su muerte, los líderes de la comunidad judía ofrecieron pagar los estudios de Irena. En la Polonia de pre-guerra, Irena se opuso al sistema de discriminación adoptado por algunas universidades, como resultado de lo cual fue suspendida en la Universidad de Varsovia durante tres años.
Cuando los nazis invadieron Polonia en 1939, Irena era enfermera en el Departamento de Bienestar Social de Varsovia, que gestionaba los comedores comunitarios de la ciudad. Allí trabajó incansablemente para aliviar el sufrimiento de miles de personas tanto judías como católicas. Gracias a ella, estos comedores no sólo proporcionaban comida para huérfanos, ancianos y pobres sino que además entregaban ropa, medicinas y dinero. En 1942 los nazis crearon un gueto en Varsovia, e Irena, horrorizada por las condiciones en que se vivía allí, se unió al Consejo para la Ayuda de Judíos. Ella misma lo cuenta: Conseguí, para mí y mi compañera Irena Schultz, identificaciones de la oficina sanitaria, una de cuyas tareas era la lucha contra las enfermedades contagiosas. Más tarde tuve éxito en conseguir pases para otras colaboradoras. Como los alemanes invasores tenían miedo de que se desatara una epidemia de tifus, toleraban que los polacos controláramos el recinto.
Cuando Irena caminaba por las calles del gueto, llevaba un brazalete con la estrella de David, como signo de solidaridad y para no llamar la atención sobre sí misma. Pronto se puso en contacto con familias a las que ofreció llevar a sus hijos fuera del gueto. Pero no les podía dar garantías de éxito. Lo único seguro era que los niños morirían si permanecían en él. Muchas madres y abuelas eran reticentes a entregar a sus niños, algo absolutamente comprensible pero que resultó fatal para ellos. Algunas veces, cuando Irena o sus chicas volvían a visitar a las familias para intentar hacerles cambiar de opinión, se encontraban con que todos habían sido llevados al tren que los conduciría a los campos de la muerte..
Pronto se puso en contacto con familias a las que ofreció sacar a sus hijos del gueto y ponerlos a salvo. Pero no les podía dar garantías de éxito. Lo único seguro era que los niños morirían si permanecían en él. Muchas madres y abuelas eran reticentes a entregar a sus niños, algo absolutamente comprensible pero que resultó fatal para ellos. Algunas veces, cuando Irena o sus chicas volvían a visitar a las familias para intentar hacerles cambiar de opinión, se encontraban con que todos habían sido llevados al tren que los conduciría a los campos de la muerte.
A lo largo de un año y medio, Irena consiguió rescatar a más de 2.500 niños por distintos caminos: comenzó a sacarlos en ambulancias como víctimas de tifus, pero pronto se valió de todo tipo de subterfugios que sirvieran para esconderlos: sacos, cestos de basura, cajas de herramientas, cargamentos de mercancías, bolsas de patatas, ataúdes... en sus manos cualquier elemento se transformaba en una vía de escape. Incluso adiestró a un perro que la acompañaba para que ladrara a los soldados alemanes cuando salía y entraba con su vehículo, los cuales no se acercaban. Sus ladridos además amortiguaban los posibles ruidos de los niños. Una vez fuera, eran acogidos en hogares católicos de familias polacas. En aquellos casos en los que no encontraban una familia que se hiciese cargo de ellos, los ocultaban en orfanatos o conventos, y poco a poco fueron enviados a Palestina. Irena quería que aquellos niños un día pudieran recuperar sus verdaderos nombres, su identidad, sus historias personales y sus familias. Entonces ideó un archivo en el que registraba los nombres de los niños y sus nuevas identidades. Apuntaba los datos en pedazos pequeños de papel y los enterraba dentro de frascos bajo un manzano en el jardín de su vecino. Allí aguardó sin que nadie lo sospechase el pasado de 2.500 niños. Sus contactos en la Resistencia hicieron el resto. Fabricaron identidades falsas para cada niño, borrando todo vestigio de su pasado en el gueto. Pero un día, los alemanes supieron de sus actividades. El 20 de octubre de 1943, Irena Sendler fue detenida por la Gestapo y llevada a la prisión de Pawiak donde fue brutalmente torturada. En un colchón de paja de su celda encontró una estampa ajada de Jesucristo. La conservó como el resultado de un azar milagroso en aquellos duros momentos de su vida, hasta el año 1979 en que se deshizo de ella y se la obsequió a Juan Pablo II.
Irena era la única que sabía los nombres y las direcciones de las familias que albergaban a los niños judíos; soportó la tortura y se rehusó a traicionar a sus colaboradores o a cualquiera de los niños ocultos. Le rompieron los pies y las piernas además de innumerables torturas. Pero nadie pudo romper su voluntad. Así que fue sentenciada a muerte. Una sentencia que nunca se cumplió porque camino del lugar de la ejecución, el soldado que la llevaba la dejó escapar. La Resistencia le había sobornado porque no querían que Irena muriese con el secreto de la ubicación de los niños. Oficialmente figuraba en las listas de los ejecutados, así que a partir de entonces, Irena continuó trabajando pero con una identidad falsa.
Al finalizar la guerra, ella misma desenterró los frascos y utilizó las notas para reunir a los niños con sus familiares. Lamentablemente, la mayor parte de las familias de los niños habían perecido en los campos de concentración nazis.
Una vez finalizada la II Guerra Mundial, Irena Sendler intentó volver a su vida pero fue perseguida por el gobierno comunista por su afinidad con los miembros del gobierno polaco que se encontraban en el exilio y por su asociación con la reaccionaria Armia Krajowa. Nuevamente fue detenida, sufrió un aborto de su segundo hijo y se les negó a sus hijos el derecho de estudiar en universidades polacas.
«La razón por la cual rescaté a los niños tiene su origen en mi hogar, en mi infancia. Fui educada en la creencia de que una persona necesitada debe ser ayudada de corazón, sin mirar su religión o su nacionalidad.»
La vida de Irena Sendler fue llevada a la pequeña pantalla por la CBS en The Courageous Heart of Irena Sendler, donde fue interpretada por la ganadora de un Oscar Anna Paquin. Por su trabajo en esta miniserie, la protagonista fue nominada al Globo de Oro como mejor actriz de miniserie o telefilme 2009.
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