jueves, 31 de enero de 2019

De chaque instant. Francia. Cine documental 2018.

Una embolia pulmonar mandó a Nicolas Philibert  a la sala de urgencias de un hospital en enero de 2016. “Estuve a punto de morir”, dice el director y en cuanto se recuperó, tras tres semanas en cama y otros cuatro meses de recuperación, decidió que su siguiente documental estaría dedicado a los profesionales sanitarios.
“Me gusta grabar a la gente mientras aprende. Las personas se convierten un cúmulo de emociones cuando se enfrentan a lo que no conocen. En este caso, sienten miedo, pero también un enorme deseo de ser mejores, de ser útiles, de ser grandes. El deseo es el motor que mueve sus vidas en esos momentos. Un enfermero experimentado, que sabe lo que hace y lo hace sin el menor atisbo de duda, no funciona ante mi cámara”. Así es como ha dirigido el documental De chaque instant, en castellano Cada momento.

La cámara de Philibert, y con ella el espectador, acompaña a un grupo de novatos en todo su proceso formativo. La precisión de las clases teóricas, el cuidado y preocupación ante sus primeras maniobras médicas y su autoevaluación final tras meses de esfuerzo trufados de reglas y protocolos que cumplir.
“Se preparan para ejercer una de las profesiones más relevantes de la sociedad y también una de las más despreciadas. El mundo actual te valora en función de lo que produces y ellos, no están en el lado acertado. Por eso solo son atractivos en ambientes como el porno”, lamenta el cineasta.
En España, los enfermeros se enfrentan al cierre de miles de camas cada verano y a un déficit de contratación.
La situación en Francia no es muy diferente, pero el director ha optado por que su relato no entre en reivindicaciones para centrarse en la mochila de emociones de sus jóvenes protagonistas. “Hago mis películas desde la ignorancia. Prefiero observar a una persona a pie de calle antes que incluir las declaraciones de un experto. Cuando rodé El país de los sordos (1992), aprendí la lengua de signos. No me gustan los intermediarios".
Estos estudiantes de enfermería franceses, la mayoría en su veintena, bien podrían ser los jóvenes alumnos de un colegio de la Francia rural que aparecieron en 2002 en Ser y tener, el título más exitoso de Philibert y uno de los más grandes hitos en taquilla que el género del documental ha dado al cine europeo. Se separaban por vez primera de sus familias para emprender su propio viaje y entendían que ese gesto era una de las partes más importantes de la vida. De nuevo, la belleza del aprendizaje era uno de los temas centrales de su relato.
El francés no es muy dado a las elipsis y muchas de las secuencias de sus películas se muestran en bruto, sin saltar un solo plano. Si uno de los aprendices de De chaque instant necesita cinco minutos para terminar de tomar la tensión correctamente en una de sus prácticas, el espectador va a presenciar el proceso completo.
Philibert admite que se siente identificado con ese mimo por el detalle que se exige a los enfermeros, porque es el mismo que aplica a sus trabajos. “El prestar atención a las cosas, sin buscar atajos, es clave en el cine y en la medicina, pero también en las relaciones con nuestros seres queridos y en el resto de situaciones de la vida. Es una necesidad universal”, defiende.
Consciente de que es la audiencia y no él mismo quien encuentra el significado de sus películas, el director admite una sugerencia. ¿Y si De chaque instant trata en realidad de la empatía y de saber ponerse en la posición de otros? “Sin duda, la película es un permanente encuentro con el prójimo, con alguien a quien no conoces, que enfrenta cosas que no conoces, como el dolor o incluso la muerte”.
Dirección: Nicolas Philibert
Fotografía: Nicolas Philibert
Montaje: Nicolas Philibert
Sonido: Yolande Decarsin, Romain Ozanne
Producción: Denis Freyd
Compañía Productora: Archipel 35, France 3 Cinéma, Longride
Nicolas Philibert
Nicolas Philibert nació en Nancy, Francia, en 1951. Estudió Filosofía en la Universidad de Grenoble y, a los 19 años, fue asistente de dirección y escenógrafo en la película Les Camisards, de René. Ha trabajado con directores como Alain Tanner o Claude Goretta. Es considerado uno de los grandes documentalistas de nuestro tiempo. Debutó en 1978 con La voix de son maître, y entre los hitos de su extensa filmografía se encuentran El país de los sordos (1992), Un animal, dos animales (1996), la premiada Ser y tener (2002), con la que obtuvo el Premio del Cine Europeo al Mejor Documental, el Prix Louis Delluc y una nominación a los BAFTA, entre otros reconocimientos, y Nenette (2010). Su último film, De chaque instant, fue estrenado en el Festival de Locarno en 2018.


Más información y fuentes:

martes, 22 de enero de 2019

Niños en el campo de concentración nazi de Auschwitz, acompañados de enfermeras y militares soviéticos, tras su liberación. 1945.

Auschwitz fue el mayor y más letal de los campos de concentración y exterminio nazis. Tras sus alambradas, más de 1.100.000 fueron asesinadas de manera sistemática e industrializada entre junio de 1940 y enero de 1945. Niños y niñas, mujeres y hombres, mayoritariamente judíos de diferentes nacionalidades, deportados, asesinados o convertidos en esclavos, reducidos a un número, deshumanizados y humillados. 


Auschwitz existió mientras el mundo permanecía pasivo ante los horrores nazis, cambiando para siempre los cimientos y la perspectiva de la humanidad. El denominado Holocausto, uno de los capítulos más oscuros de la historia universal, ocurrió en un continente civilizado, en el seno de la sociedad tecnológica y culturalmente más avanzada de su época.
Tras el inicio de la Segunda Guerra Mundial, en enero de 1942 la política antijudía de la Alemania nazi dio un salto en el horror con la puesta en marcha de la conocida como “solución final del problema judío”, que daría un segundo uso, aún más terrorífico a los campos.
Los líderes nazis reunidos en la conferencia de Wannsee decretaron la aniquilación, sin preámbulos, de todo hombre, mujer y niño judío que quedara con vida en la Europa ocupada. 
Esta terrible culminación del nazismo implicaba eliminar de la faz de la tierra al pueblo hebreo, marcado como “enemigo” número uno de la nación alemana, y silenciar cualquier vestigio de su contribución a la historia de la humanidad. 

Los métodos más empleados en los albores del Holocausto para acabar con cerca de 800.000 judíos y prisioneros de guerra polacos fueron los fusilamientos masivos y el asesinato en camiones de gas, aunque pronto se sustituyeron por un sistema más económico, anónimo y eficaz: los campos de exterminio y las cámaras de gas, ubicados en la Polonia ocupada.
El campo de exterminio de Auschwitz-Birkenau fue, sin duda alguna, una herramienta clave para conseguir su propósito, dadas sus grandes dimensiones y su estratégica ubicación en la confluencia de las principales rutas ferroviarias del Tercer Reich.
Fue en esta “fábrica de la muerte” dirigida con mano de hierro por el comandante Rudolf Höss, donde un mayor número de judíos, pero también había prisioneros de guerra soviéticos, gitanos, homosexuales, polacos o testigos de Jehová, fue enviado a morir en las cámaras de gas, bajo la promesa de una reparadora ducha caliente.
El campo de Auschwitz – Birkenau contaba con cuatro crematorios donde la SS obligaba a los propios reclusos a quemar los centenares de miles de cadáveres de sus compañeros, con el fin de hacer desaparecer las evidencias de la masacre.
La capacidad máxima de cremación en los periodos de mayor actividad del campo llegó a ser de hasta 10.000 personas diarias.
El resultado final fue de más de seis millones de judíos asesinados, dos tercios de los judíos europeos desaparecieron para siempre.

A finales de 1944 y ante la imparable ofensiva de las huestes de Ejército Rojo, las autoridades nazis del campo se prepararon para abandonar Auschwitz y ordenaron la destrucción de las evidencias de los crímenes cometidos.
Tras eliminar documentación y gran parte de las instalaciones, entre los días 17 y 21 de enero 1945, ante la inminente llegada de los soviéticos, los nazis comenzaron la evacuación con cierta precipitación. La mayor parte de los prisioneros que quedaban en ese momento debieron marchar dejado atrás a los más débiles. Las tropas soviéticas encontraron a su llegada, abundantes e irrefutables pruebas del exterminio masivo en Auschwitz, como montones de cadáveres sin enterrar o las pertenencias de las víctimas, cantidades enormes de ropa y zapatos de hombres, mujeres, niños y otros objetos personales y, cuesta trabajo decirlo, 6500 kilos de cabello humano preparado para su venta. Y cerca de 7.600 prisioneros fueron liberados por el Ejército Rojo entre ellos estos niños que a la salida del campo van acompañados de varias enfermeras rusas.  


Más información y fuentes:
http://andaquepaque.blogspot.com/2015/01/las-violaciones-masivas-sovieticas-y-la.html

jueves, 17 de enero de 2019

La Enfermería en la pintura del Realismo Socialista de la Unión Soviética.

Tras prohibirse en 1932 los grupos artísticos independientes en toda la URSS, en 1934, en el I Congreso de Escritores Soviéticos, la ideología del partido comunista impuso el realismo socialista como único lenguaje artístico permitido. Dentro de este contexto del arte y en concreto en la pintura hubo varios autores que dejaron reflejadas en sus obras la aportación de las enfermeras con su espíritu de sacrificio y abnegación hasta en algunos casos poner en peligro su vida en beneficio del pueblo. Un ejemplo de ello es el homenaje en los 70 años del aniversario de la II Guerra Mundial y que los rusos denominan “Gran Guerra Patriótica”, que celebran cada año en el mes de mayo la victoria sobre el nazismo.
Cinco obras de enfermeras uniformadas con la bata blanca:

Enfermera en un minuto libre. 1945.  G.M. Shegal. 

Retrato de la enfermera Regita Daggelet 1955. Kudelkin Victor. 

 Enfermera 1955. Mikhail Mikhilovich.

La enfermera militar Natasha Mikhaleva. S. Uranov.

 En la enfermeria. V.G. Vladimirov. Década de 1970. 
Durante el periodo del régimen soviético en toda la URSS el régimen totalitario controlaba todas las esferas de la vida de los ciudadanos y por supuesto también en el proceso artístico. La función principal del arte fue la de trabajar en la implementación de propaganda con el propósito del “adoctrinamiento ideológico y en la educación del pueblo en el espíritu del socialismo”. Así el denominado el realismo socialista se convirtió en un método creativo obligatorio para todo el arte soviético. El régimen pidió a los artistas que trabajaran en la creación de una imagen convincente de un estado unitario, justo y próspero en el que, gracias a la victoria del socialismo, cada ciudadano es feliz y lleno de entusiasmo por el trabajo. 
En los primeros años del régimen se trataron que incluían una amplia gama de tradiciones cultivadas desde el arte Arcaico al Constructivismo, pero a partir de mediados de los años 30, a diferencia del arte burgués, no debía ser creado para museos, galerías, coleccionistas particulares ni especialistas, sino que su único consumidor era el propio Estado Socialista.

Siguen aquí unas obras que muestran a las enfermeras en su labor propia de cuidados a los necesitados en las zonas de actividad bélica en las que también son portadoras de armas: 
 Nuestras Camaradas. 1982. L.I. Valshlya.

Enfermera 1976. Likhonosov Vladimir

Camarada, 1954. Marat Samsonov.

 Enfermera Natasha. Nikolai Booth.

Enfermera. A. Safargalin





La cultura estalinista se proyectó de una forma anticomercial, con el único objetivo de educar y sobre todo dirigir a las masas.
Los artistas de mayor éxito que trabajaron esta línea fueron Alexander Gerasimov y Vasily Efanov. Estos crearon los retratos de los líderes del Partido Comunista y jefes militares, sus espectaculares imágenes de desfiles, solemnes reuniones, visitas y acontecimientos de importancia se difundieron a través de medios impresos. 
Estas obras “oficiales” fueron el núcleo ideológico del arte del realismo socialista, cumpliendo una de sus principales misiones: la creación y el mantenimiento del culto a la personalidad de Josef Stalin y otros líderes soviéticos. Una gran cantidad de obras de todo tipo de arte se dedicó a episodios reales y míticos de sus biografías, para representarlos en las imágenes como revolucionarios heroicos, guerreros, líderes sabios, “amigos del pueblo”.
Un lugar importante en el complejo temático del realismo socialista fue ocupado por obras dedicadas al trabajo. Los artistas cantaron los éxitos de la industrialización, la construcción y la agricultura; en el camino de la colectivización, alabaron a los obreros y los campesinos. Muchos artistas dedicaron su trabajo al ejército y la armada: maniobras militares y desfiles, retratos e imágenes colectivas de soldados y comandantes, el equipamiento militar, la historia revolucionaria de las fuerzas armadas soviéticas.
Las brillantes imágenes del arte soviético están dedicadas también a los temas de la juventud, la cultura física y el deporte. Del mismo modo tenían un significado ideológico, ya que las imágenes de la juventud soviética, criada por el poder soviético, personificaban el brillante futuro del país.
B.M. Nemensky. Masha. 1956.


Likhonosov Vladimir. En la enfermeriael batallon medico.


Mikhail Natarevich. Del hospital en 1954.


Platonov Yuri. Sin nombre 1991.
La idea utópica de crear un hombre nuevo, comunista convencido, cuerpo perfecto y fuerte espíritu, encuentra en estas obras contornos visibles. En el marco de este tema, los artistas tenían más libertad para trabajar con la forma, lo cual fue facilitado por los mismos ejercicios deportivos con sus movimientos y poses. Los principales maestros en esta área eran Alexander Deineka y Alexander Samojválov.
En el contexto general del realismo socialista, una variedad de géneros, temas y temas podría adquirir un significado ideológico. El canon existente del trabajo realista socialista, además de la veracidad ideológica, sugería espectacularidad, narración, didacticismo. Estaba dirigido a los sectores más amplios de la población y formó un mito optimista sobre la implementación de la utopía comunista.
Vakhtang Akhvlediani. Qué jóvenes éramos. 1969.
Todo un ejército de maestros trabajó en la creación de este mito, muchos de los cuales lograron crear obras impresionantes y que demostraban un gran talento.
Estas obras también han formado parte de uno de los videos dedicado al 70 aniversario de la Gran Victoria en 2015, como reconocimiento a las enfermeras de Servicio Sanitario Sovietico, con acompañamiento musical de Alexey Rybnikov del final de la película rusa "Estrella", de 2003.

Más información y fuentes:


viernes, 11 de enero de 2019

El experimento Tuskegee. Cine. (Miss Evers' Boys).1997.

En 1932, la sífilis se había convertido en una epidemia en las comunidades del sur rural de Estados Unidos. Por ello, las autoridades deciden crear un programa especial de tratamiento en el Hospital de Tuskegee, el único hospital para negros que existía entonces. Cuando los fondos disminuyeron, el programa pasó a convertirse en un experimento para estudiar la evolución fatal de la enfermedad sin someter a tratamiento a ningún paciente. Cuarenta años después tras salir a conocimiento público el escandaloso experimento, se cerró y el Senado investigó todo el asunto.
Llevado al cine, película se inicia con la declaración de la enfermera responsable del trabajo de campo ante la comisión investigadora del Senado estadounidense y se desarrolla como una serie de flashbacks relatados por la enfermera como protagonista de la historia y único miembro del equipo investigador que permaneció a lo largo de los 40 años que duró el estudio. Su participación fue esencial pues era el enlace entre los médicos que dirigían el estudio y los pacientes negros.
El personaje de la enfermera Evers es muy interesante porque en ella se personifica un debate ético ya que es conocedora de lo que está sucediendo y lo oculta, pero también siente remordimientos por eso ayuda y consuela a los pacientes y a sus familias. 
Varios fotogramas y la portada de la película con el titulo original.









Datos de la película:
Título: El experimento Tuskegee - Título original: Miss Evers' Boys 
País: Estados Unidos - Año: 1997
Director: Joseph Sargent
Música: Charles Bernstein
Guión: David Feldshuh y Walter Bernstein
Intérpretes: Alfre Woodard, Thom Gossom, Von Coulter, Laurence Fishburne.
Duración: 113 minutos

El caso real del experimento Tuskegee: 
El experimento se realizó en la ciudad del mismo nombre (Alabama) y corrió a cargo del (PHS), Servicio de Salud Pública) de los EEUU, trataba de estudiar la evolución de la sífilis no tratada en hombres negros. El estudio contó con la colaboración de Instituto de Tuskegee (actual Universidad), el Hospital John A. Andrew y las autoridades de Salud Pública del Condado de Macon y fue financiado por la Fundación Rosenwald.
Al principio se pretendía tratar a un número reducido de enfermos de sífilis pertenecientes a la comunidad negra en la que la enfermedad había aumentado en los últimos años. Pero, poco después de su inicio, el proyecto sufrió importantes recortes debidos a la Gran Depresión de 1929 y se optó por realizar un estudio que según palabras de su director, el Dr Taliferrio Clark, “No tendría nada que ver con dar un tratamiento sino que sería un puro procedimiento diagnóstico para determinar qué ocurre con un negro sifilítico que no es tratado”.
Así se inició un estudio prospectivo con dos grupos de negros americanos: un grupo de 399 pacientes diagnosticados de sífilis en diferentes estadios (cohorte con el factor de riesgo: la sífilis) y 201 sanos (grupo sin el factor de riesgo). El objetivo era compara los problemas de salud que presentaban los miembros de ambos grupos.
A los participantes se les dijo que serían tratados por su problema de “sangre mala” (bad blood) fórmula que englobaba enfermedades venéreas, diabetes, anemias, etc. y se les ocultó el verdadero propósito del estudio. Como tratamiento se les administraba aspirina, tónicos con hierro, friegas con mercurio y punciones lumbares. También recibían una comida caliente los días que eran examinados y 50 dólares para pagar los gastos de su funeral en caso de muerte.
En el estudio colaboraron médicos de raza negra del Instituto Tuskegee, a cambio este instituto recibió fondos federales, puestos de trabajo y formación especializada para su personal sanitario. Los pacientes eran reclutados por médicos del PHS y por la enfermera Eunice Rivers, en iglesias, escuelas y granjas. A los participantes se les sometía a exploraciones con RX, que a veces conducían al diagnóstico y al tratamiento de otras enfermedades. En caso de muerte, Rivers acudía al funeral y obtenía la autorización de la familia para practicar la autopsia de los cadáveres.
La consigna era que los pacientes no debían recibir ningún tratamiento y que una vez muertos se les practicaría una autopsia con el fin de estudiar la posible afectación de sus órganos y tejidos. Por esta razón uno de los médicos implicados en el experimento Tuskegee dijo irónicamente: “Tal como yo lo veo, no tenemos más interés en estos pacientes hasta el momento de su muerte”.
Por su parte, la verdadera Eunice Rivers parece que no tuvo los remordimientos que manifiesta en la película; ante la Corte de Justicia defendió la continuidad del estudio y la decisión de mantener el engaño, argumentando que para muchos pacientes fue la única oportunidad de ser diagnosticados y tratados por otras patologías. Naturalmente sabía que el tónico (hierro), las aspirinas y las vitaminas no servían para combatir la sífilis pero se mostró convencida de que estos fármacos, al igual que las exploraciones eran parte del tratamiento. Como enfermera cuidaba y atendía a sus pacientes y procuraba que los médicos blancos les trataran con respeto, así cumplía con el rol que tenía asignado.
La enfermera Eunice Rivers fue la autora principal de varios artículos y se exhibió como un ejemplo de la integración de la mujer negra en el mundo académico y científico. Ella no fue la única persona en defender el estudio. Muchos de los médicos, blancos y negros, también lo hicieron. John R. Heller, el Director del Servicio de Enfermedades Venéreas del PHS entre 1942 y 1948, llegó a afirmar que la situación de esos hombres no justificaba el debate ético ya que no eran pacientes sino que eran material clínico.
Es difícil saber el número exacto de afectados pero se estima que en 1972, cuando se interrumpió el estudio, sólo sobrevivían 74 personas del grupo inicial de enfermos (399), 28 habían muerto por causa directa de la sífilis, 100 por complicaciones relacionadas. Además, 22 esposas se habían contagiado y 19 niños nacieron con sífilis congénita.


La relación del experimento Tuskegee con Guatemala.

Entre 1946 y 1948 se infectó deliberadamente a unos 1.500 ciudadanos de Guatemala. ¿Qué tiene relación tiene este hecho con el experimento Tuskegee? Precisamente, uno de los médicos que participó en el estudio Tuskegee y miembro del Servicio de Salud Pública, el Dr John C. Cutler, fue el que dirigió la investigación sobre la efectividad de la penicilina para la profilaxis de la sífilis y la gonorrea en Guatemala. Estas enfermedades fueron inoculadas de forma directa y sin consentimiento a soldados, prisioneros, prostitutas y pacientes psiquiátricos como revela la investigación de la Dra Susan M. Reverby de la Universidad de Wellesley (EEUU) quien estudio los documentos que Cutler legó tras su muerte, en 2003, a la Universidad de Pittsburg de la que fue Rector hasta 1963.
Los estudios de Guatemala fueron financiados por el National Institute of Health de la Oficina Panamericana (precursora de la actual Oficina Panamericana de la Salud), y dirigidos por el Laboratorio de Investigación de Enfermedades Venéreas del PHS, contó con la cooperación del Ministerio de Salud de Guatemala, el Hospital Nacional de Salud Mental y el Ministerio de Justicia de este país.
Los objetivos de los experimentos de Guatemala fueron en primer lugar, saber si otros fármacos, además de los que ya se empleaban, podían ser eficaces para la profilaxis de la sífilis después de la exposición provocada a la enfermedad y, en segundo lugar, averiguar qué provocaba los falsos positivos en las pruebas serológicas sifilíticas.
La razón por la que se escogió la población de Guatemala fue porque la sífilis era muy poco prevalente en las zonas rurales del país, lo que se sabía gracias a un estudio realizado en 1930 por la Escuela de Medicina Tropical de Harvard; además, la prostitución había sido legalizada lo que facilitó la participación no consentida de este colectivo. Las prostitutas que daban positivo a las pruebas de sífilis eran pagadas con fondos del PHS para que tuvieran relaciones con internos de los penales, visitas que fueron autorizadas por el Ministerio de Justicia de Guatemala. Si las prostitutas no estaban infectadas, se les inoculación la enfermedad vía vaginal poco antes de mantener relaciones sexuales. Los internos eran sometidos a determinaciones serológicas antes y después de la relación sexual y en caso de dar positivo se les trataba.
Miembros de la Universidad de Tuskegee en 1902. Wikimedia Commons.
A pesar de que en 1964 la Organización Mundial de la Salud obligó a que todos los experimentos con humanos tuviesen el consentimiento expreso de los participantes, el criterio del experimento Tuskegee no se revisó. Un par de años después, Peter Buxton, investigador de enfermedades venéreas del Servicio Público de Salud denunció la situación al CDC (Centro de Control de Enfermedades, por sus siglas en inglés), que descartó toda intervención hasta la muerte de todos los participantes, momento en el que finalmente podrían obtener los tan deseados datos. Más de ocho años después, Buxton acudió a la prensa ante la pasividad de las autoridades sanitarias oficiales. Finalmente, el Washington Star y el New York Times publicaron en sus primeras páginas la noticia a finales de julio de 1972 y, en apenas un día, el escándalo fue tal que el proyecto fue clausuradoDe forma se inició la investigación que acabaría con la comparecencia ante el Senado de varios de los responsables del estudio, entre ellos la enfermera Rivers.
En ese momento, tan sólo 74 participantes originales quedaban vivos. Tanto ellos como las familias del resto de víctimas se repartieron nueve millones de dólares de compensación. En 1997, Bill Clinton se disculpó de forma oficial en la Casa Blanca ante cinco de los supervivientes: “No se puede deshacer lo que está hecho, pero podemos acabar con el silencio”, recordó a las víctimas. “Podemos dejar de mirar a otro lado, miraros a los ojos y finalmente decir, de parte del pueblo americano, que lo que hizo el Gobierno fue vergonzoso y que lo siento”. A pesar de la disculpa, la sombra del Experimento Tuskegee sigue siendo muy larga. No sólo provocó dolor y sufrimiento a centenares de ciudadanos, sino que sus consecuencias se han dejado notar a lo largo del tiempo: provocó que gran parte de los negro americanos desconfiasen de los tratamientos médicos y fuesen reticentes a acudir a un médico. 
Con respecto a Guatemala la denuncia de lo sucedido motivó que, primero Hillary Clinton y poco después B. Obama, pidieran perdón al expresidente de Guatemala, Álvaro Colom, por lo que se ha calificado de crimen de lesa humanidad y por el que se estudian compensaciones.


Más información y fuentes:
https://www.youtube.com/watch?v=jhhZo1Vi_J4&t=1252s


sábado, 5 de enero de 2019

Enfermeras del Hospital Alfonso Carlos de Pamplona.

Recientemente se han publicado el libro “La cámara en el macuto” de Pablo Larraz y Víctor Sierra-Sesúmaga, con prólogo del hispanista Stanley Payne. El libro recoge 950 imágenes que se acompañan de fragmentos de cartas y diarios de guerra para construir un relato completo de los sentimientos experimentados por los combatientes durante la contienda, una visión de la guerra fratricida desde sus entrañas. 
Las 2 fotos de ésta publicación están entresacadas de una serie de 16, pertenecientes a la publicación del diario “El español” el día 5.01.2019.
Enfermeras tendiendo vendas tras lavarlas en la terraza del Hospital Alfonso Carlos de Pamplona. La escasez de material sanitario obligaba a reutilizarlo.
 Autor Nicolás Ardanaz.


El pasado 29 de noviembre se presentó en Madrid el libro, de Pablo Larraz y Víctor Sierra-Sesúmaga, con prólogo de Stanley Payne.
Desde diferentes frentes de batalla, cada uno con su técnica y forma particular de hacer fotografía, Sebastián Taberna, Nicolás Ardanaz, José González de Heredia, Martín Gastañazatorre, Julio Guelbenzu, Germán Raguán y Lola Baleztena, nos muestran de forma fidedigna y con gran una nitidez una mirada diferente y profundamente humana de la contienda, abordada desde el punto de vista de los propios combatientes.
Soldados en el Hospital Alfonso Carlos de Pamplona permanecen hospitalizados tras resultar heridos en el frente de batalla. Un grupo de ellos parece estar charlando entre ellos, otros encamados, posiblemente por sus estados, mientras unas enfermeras están pendientes de ellos. Autor Nicolás Ardanaz. 


La mayor parte de estas imágenes han permanecido ocultas desde el término de la Guerra Civil en archivos y álbumes familiares. Como dice el hispanista Stanley G. Payne en el prólogo del libro, "no fueron profesionales, aunque tampoco meros aficionados en el sentido más limitado, porque tenían un cierto nivel de preparación y pericia técnica. Su calidad fotográfica es notable". Y su trabajo nos ofrece una nueva perspectiva de la contienda que dividió España.
Portada del libro "La cámara en el macuto".
 Editorial: La Esfera de los Libros. 2018.
Estos fotógrafos no fueron reporteros de guerra al uso, no eran profesionales que deambulaban durante unos días por las trincheras para regresar a la tranquilidad de la retaguardia cuando hubieran obtenido la instantánea deseada. Los protagonistas del libro son combatientes del bando sublevado convertidos en fotógrafos ocasionales, integrantes de forma activa del bando franquista. Con sus medios limitados, trataron de dejar constancia visual, bien para sí mismo o para su círculo más próximo, de las vivencias y acontecimientos excepcionales que presenciaron.

Más información y fuentes:
https://es.babelio.com/livres/Larraz-La-cmara-en-el-macuto/82737

martes, 1 de enero de 2019

Enfermera y campeona de tiro con arco.

Tres veces subcampeona del Mundo de tiro con arco de sala, 17 veces campeona de España, dos veces subcampeona de Europa al aire libre, cuarta posición en el Campeonato del Mundo al aire libre de Pekín 2001, dos récords mundiales en 1998 y 2001… Un currículum deportivo brillante que corresponde a la enfermera Fátima Agudo. Y también ha sido reconocida con el Premio Extremadura del Deporte 2017, se ha convertido en la primera mujer galardonada con la máxima distinción de estos reconocimientos.
Enfermera y campeona de tiro con arco.
“Es muy emocionante porque la verdad es que no me lo esperaba, no sabía ni que había sido propuesta y es un orgullo porque reconocen una trayectoria en la que llevo muchos años. Es un premio increíble, uno de los mejores de mi carrera”. Ella, que ahora se encuentra retirada de la alta competición, pero sigue en el terreno nacional y regional, ha viajado a lo largo y ancho de la tierra hasta lograr ser una de las mejores tiradoras con arco de España.
Aun así, Fatima nunca ha abandonado su profesión como enfermera y a día de hoy sigue trabajando en el Hospital San Pedro de Alcántara (Cáceres). “He tenido que hacer puzles para compaginar ambas profesiones. Cuando estaba en alta competición tenía que entrenar muchas horas al día y me resultaba muy difícil mantener los turnos rotatorios. Al final tienes que tirar de la familia para que te ayuden, cuando sales de noche del hospital descansas unas horas y te vas a entrenar.  
Fátima, que fue nombrada hija adoptiva de Cáceres hace tres años, asegura que le encanta la enfermería porque siempre le ha gustado estar con gente a la que puede ayudar, acompañar y enseñar, pero reconoce que a veces si hubiese querido comprobar qué habría conseguido si se hubiese dedicado profesionalmente al tiro con arco. “De todos modos, siempre hubiese vuelto a la enfermería porque es mi profesión”.  

De su trabajo en la Unidad de Neumología y Nefrología se queda con la cercanía con los pacientes. “Son pacientes semicríticos y los ves evolucionar, la mayoría de ellos para bien, aunque a otros sólo podemos acompañarlos en el momento en el que ya no hay solución. Soy muy empática y lloro mucho con la familia de los pacientes, pero hice enfermería por eso, porque me gusta ayudar”. Y  considera que la enfermería y el tiro con arco tienen en común el esfuerzo diario y personal de intentar mejorar. “Todos los días aprendes una cosa nueva, no te rindes nunca, si te viene una adversidad, tiras para adelante y vuelves a superarlo”.
Más allá del trabajo de enfermera, Fátima es la encargada de la Escuela de Iniciación del Club de Arqueros San Jorge y colabora con el Centro de Tecnificación de la Federación Extremeña. Ahora entrena dos o tres días a la semana, mucho menos de lo que hacía antes, que llegaba a estar todos los días durante dos horas y media. “Sigo compitiendo con mi club, más por equipo que individual. Este año, por ejemplo, he quedado tercera en el campeonato de España de sala”. 
Además, la enfermera se muestra orgullosa de haber trasladado su amor por el deporte a sus hijos. “Les encanta el deporte porque es el ambiente que han vivido en casa. Ahora son mayores y valoran mucho lo que he hecho. El otro día, en la entrega de premios, uno de ellos se emocionó al escuchar todo lo que había conseguido. Cuando eran pequeños sí que veía que ellos notaban mi ausencia, les decían a mis padres que ellos querían que yo viniera por la puerta y no por el teléfono, los echaba mucho de menos”. 

Más información y fuentes:
http://diarioenfermero.es/enfermera-y-campeona-de-tiro-con-arco/