En
él, va desvelando las dificultades que encuentra al principio; la difícil
convivencia con otra de las enfermeras australianas; su estancia inicial en
Barcelona hasta conseguir que la trasladen al frente; el aburrimiento de la
inacción; las jornadas extenuantes después de los ataques; el cansancio y los
bajones de salud; las condiciones difíciles de los establecimientos
hospitalarios donde le tocó trabajar; la carencia de condiciones higiénicas, de
instrumental o de medicamentos; las falsas informaciones que generaban alerta o
momentos de pánico; las muertes continuas de pacientes que no superaban las
terribles heridas de la metralla;… Pero, a la vez, también como contrapeso emocional,
los encuentros con otros brigadistas para charlar o tomar unas cervezas; los
paseos por el campo, por las carreteras próximas, al hospital de destino; los
baños en el río; los bailes en el mismo hospital o en casas particulares; los
encuentros con compañeros o compañeras para tomar una copa y echar una conversación que les animara, los descansos para recuperar
fuerzas; la correspondencia recibida y enviada; algunos viajes o algunas
visitas de conocidos; los ratos de lectura.
También
escribe comentarios con sentido del humor o narra anécdotas como la del 6.1.37. Durante
una batalla, los artilleros se dieron cuenta de que se estaban quedando sin
municiones y enviaron un mensaje al pueblo más cercano: Mandadnos tan pronto
como podáis un camión de granadas. Poco después llegó al pueblo un camión en el
que iban varios campesinos radiantes de satisfacción. Ante el asombro de todos,
empezaron a sacar del camión un cargamento de los frutos llamados granadas”.
Más información y fuentes:
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