jueves, 18 de octubre de 2018

Enfermera en el tratamiento de neurosis de guerra. Centenario Gran Guerra VII.

Hipócrates ya habló de las pesadillas de los soldados y Heródoto descubrió ciertos síntomas similares entre los supervivientes de la batalla de Maratón. En los Tercios de Flandes españoles en la Guerra de los Treinta años se sufrieron casos de incapacidad emocional entre los soldados y ya en ese siglo los galenos sospechaban que determinadas reacciones no se debían a heridas físicas. Rusia, en la guerra contra Japón, a comienzos del siglo XX, fue el primer país en enviar médicos psiquiatras al frente. 
Pero fue con la Gran Guerra y más aún tras ella cuando se comenzó a considerar la demencia del soldado como uno de los problemas más allá de lo físico y con gran trascendencia para los ejércitos. En ninguna guerra como en ésta habían sido ingresados tantos soldados que en apariencia no estaban heridos pero que eran incapaces de continuar luchando. 
Enfermera en el tratamiento de la neurosis de guerra. La silla Bergónica fue utilizada en la Primera Guerra Mundial para soldados conmocionados.

Fue la guerra de la metralleta y su vértigo veloz de muerte, del carro de combate, de la guerra submarina y aérea o de los gases tóxicos. Sólo habría que recordar la 'sorpresa' que recibieron los soldados de Ypres cuando descubrieron que la nube azulada que se acercaba hacia ellos les quemaba los pulmones y los volvía ciegos. Fue entonces cuando comenzaron a utilizarse las máscaras antigás, pero sólo después del shock de esos primeros asaltos.
Las razones de la que se denominó "neurosis" de combate habría que explicarlas por las particularidades que imponía esta guerra con sus nuevos disfraces de muerte. Los soldados no se enfrentaban físicamente al enemigo, sino que aguardaban en la trinchera como conejos asustados dentro de una madriguera, a la espera de que llegara el fusil o el obús que los destrozaba literalmente o que lo hacía con el que luchaba al lado. Muchos soldados afectados por el shock de trinchera ('shell shock') se quedaban inmóviles sin poder reaccionar al ver que el compañero se convertía en una mezcla informe de fango y sangre. Y auténtico pavor se desataba en el momento en que sonaba el silbato que ordenaba que había que saltar de la trinchera y salir a la tierra de nadie mientras el enemigo lanzaba sus proyectiles contra todo lo que se moviera. Era toda una invitación al suicidio por la más que probable posibilidad de ser alcanzado por alguna de los miles de balas lanzadas desde el otro bando.
Muchas jornadas resistiendo en estas condiciones llevó a que los combatientes perdieran la razón. No podían dormir y si lo hacían era entre continuas pesadillas no peores que las de la realidad de forma que era imposible diferenciar lo vivido de lo soñado. El resultado fue soldados  que perdían el habla , otros que se mueven con espasmos, otros con inquietantes miradas vacías que se denominó " de las mil yardas, es decir, la distancia aproximada de la trinchera al enemigo. 
Algunos hombres que padecían estos síntomas fueron llevados a juicio, y hasta en algunos casos ejecutados, por crímenes militares que incluían la deserción y la cobardía. Si bien se reconocía que el estrés de la guerra podía debilitar a los hombres, un episodio duradero solía verse como un síntoma de falta de carácter. ​ Por ejemplo, en su testimonio a la Comisión Real posguerra que investigaba la neurosis, Lord Gor afirmó que esta era una debilidad y que no se encontraba en «buenas» unidades. La presión constante en evitar que fuera reconocida médicamente significaba que la neurosis no era una defensa admisible.

Al comienzo de la guerra los cuadros neuróticos de pérdida del habla, trastorno del sueño, convulsiones musculares, inexplicables espasmos faciales, ceguera histérica y otras afecciones no fueron considerados como patologías. Primero se creyó que era consecuencia del ruido de las explosiones e interpretado como simple fatiga de combate, pero los síntomas fueron empeorando conforme la guerra se estancaba sin solución y el campo de batalla se convertía en una trituradora de jóvenes que morían sin sentido.
Se puede afirmar que de alguna forma, la Gran Guerra fue el conflicto que cambió el diagnóstico sobre como puede afectar un trauma a la razón y, en particular, en situaciones bélicas extremas.
El tratamiento de la neurosis de guerra aguda variaba según los síntomas, la opinión de los médicos y otros factores, como el rango y la clase del paciente. Había tantos oficiales y soldados que sufrían de este trastorno que diecinueve hospitales británicos estaban totalmente dedicados al tratamiento de estos casos. Y una de las terapias utilizadas fue la electroconvulsiva utilizada con pacientes conmocionados, utilizando para ello la silla Bergónica.
Diez años después de la guerra, 65 000 veteranos aún seguían en tratamiento por shell shock en Gran Bretaña. En Francia era posible visitar en 1960 a ancianos víctimas de neurosis de guerra que estaban hospitalizados.
Una investigación reciente de la Universidad Johns Hopkins descubrió que el tejido cerebral de veteranos de combate que se habían expuesto a artefactos explosivos improvisados, presentan un patrón de lesiones en las áreas responsables de la toma de decisiones, memoria y razonamiento. Esta evidencia ha llevado a los investigadores a concluir que la neurosis de guerra puede no solo ser un desorden psicológico, ya que los síntomas exhibidos por las víctimas de la Primera Guerra son muy similares a estas lesiones.

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