Pero fue con la Gran
Guerra y más aún tras ella cuando se comenzó a considerar la demencia del
soldado como uno de los problemas más allá de lo físico y con gran
trascendencia para los ejércitos. En ninguna guerra como en ésta habían sido
ingresados tantos soldados que en apariencia no estaban heridos pero que eran
incapaces de continuar luchando.
Enfermera en el tratamiento de la neurosis de guerra. La silla Bergónica fue utilizada en la Primera Guerra Mundial para soldados conmocionados. |
Fue la guerra de la metralleta y su vértigo veloz de
muerte, del carro de combate, de la guerra submarina y aérea o de los gases
tóxicos. Sólo habría que recordar la 'sorpresa' que recibieron los soldados de
Ypres cuando descubrieron que la nube azulada que se acercaba hacia ellos les
quemaba los pulmones y los volvía ciegos. Fue entonces cuando comenzaron a
utilizarse las máscaras antigás, pero sólo después del shock de esos primeros
asaltos.
Las razones de la que se denominó "neurosis" de combate habría que
explicarlas por las particularidades que imponía esta guerra con sus nuevos
disfraces de muerte. Los soldados no se enfrentaban físicamente al enemigo,
sino que aguardaban en la trinchera como conejos asustados dentro de una
madriguera, a la espera de que llegara el fusil o el obús que los destrozaba
literalmente o que lo hacía con el que luchaba al lado. Muchos soldados
afectados por el shock de trinchera ('shell shock') se quedaban inmóviles sin
poder reaccionar al ver que el compañero se convertía en una mezcla informe de
fango y sangre. Y auténtico pavor se desataba en el momento en que sonaba el
silbato que ordenaba que había que saltar de la trinchera y salir a la tierra
de nadie mientras el enemigo lanzaba sus proyectiles contra todo lo que se
moviera. Era toda una invitación al suicidio por la más que probable
posibilidad de ser alcanzado por alguna de los miles de balas lanzadas desde el
otro bando.
Muchas jornadas resistiendo en estas condiciones llevó a
que los combatientes perdieran la razón. No podían dormir y si lo hacían era
entre continuas pesadillas no peores que las de la realidad de forma que era imposible
diferenciar lo vivido de lo soñado. El resultado fue soldados que perdían el habla , otros que se mueven con espasmos, otros con inquietantes miradas vacías que se denominó " de las mil yardas, es decir, la distancia aproximada de la trinchera al enemigo.
Algunos hombres que padecían estos síntomas fueron llevados a juicio, y hasta en algunos casos ejecutados, por crímenes
militares que incluían la deserción y la cobardía. Si bien se reconocía que el
estrés de la guerra podía debilitar a los hombres, un episodio duradero solía
verse como un síntoma de falta de carácter. Por ejemplo, en su testimonio a
la Comisión Real posguerra que investigaba la neurosis, Lord Gor afirmó
que esta era una debilidad y que no se encontraba en «buenas» unidades. La
presión constante en evitar que fuera reconocida médicamente significaba que la
neurosis no era una defensa admisible.
Al comienzo de la guerra los cuadros neuróticos de
pérdida del habla, trastorno del sueño, convulsiones musculares, inexplicables
espasmos faciales, ceguera histérica y otras afecciones no fueron considerados
como patologías. Primero se creyó que era consecuencia del ruido de las
explosiones e interpretado como simple fatiga de combate, pero los síntomas
fueron empeorando conforme la guerra se estancaba sin solución y el campo de
batalla se convertía en una trituradora de jóvenes que morían sin sentido.
Se puede afirmar que de alguna forma, la Gran Guerra fue el conflicto que cambió el diagnóstico sobre como puede afectar un trauma a la razón y, en particular, en situaciones bélicas extremas.
El tratamiento de la neurosis de guerra aguda variaba según los síntomas, la opinión de los médicos y otros factores,
como el rango y la clase del paciente. Había tantos oficiales y soldados que
sufrían de este trastorno que diecinueve hospitales británicos estaban
totalmente dedicados al tratamiento de estos casos. Y una de las terapias
utilizadas fue la electroconvulsiva utilizada con pacientes conmocionados, utilizando
para ello la silla Bergónica.
Diez años después de la guerra, 65 000 veteranos aún
seguían en tratamiento por shell shock en Gran Bretaña. En Francia
era posible visitar en 1960 a ancianos víctimas de neurosis de guerra que
estaban hospitalizados.
Una investigación reciente de la Universidad Johns
Hopkins descubrió que el tejido cerebral de veteranos de combate que se
habían expuesto a artefactos explosivos improvisados, presentan un patrón de
lesiones en las áreas responsables de la toma de decisiones, memoria y
razonamiento. Esta evidencia ha llevado a los investigadores a concluir que la
neurosis de guerra puede no solo ser un desorden psicológico, ya que los
síntomas exhibidos por las víctimas de la Primera Guerra son muy similares a
estas lesiones.
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