martes, 14 de junio de 2016

Enfermeras chilenas en la atención a la mujer embarazada y madres solteras.

           Una enfermera controla la salud de una mujer embarazada en su casa.
Foto de 1948. Colección de la Biblioteca Nacional de Chile. 
A fines del siglo XIX, expertos chilenos comenzaron a preocuparse por la suerte de la infancia pobre y desprotegida y  despertaron un genuino interés por mitigar el alto índice de mortalidad infantil y de morbilidad en la población chilena. A la luz de la cuestión social, identificaron los bajos salarios, el desempleo, el hacinamiento y la deficiente infraestructura sanitaria, como las principales causas de las dolencias digestivas y respiratorias que llevaban a la muerte y a la enfermedad. La esperanza de revertir la debilidad física, intelectual y moral que observaban en el pueblo, se depositó en mejorar la subsistencia y atención sanitaria de gestantes y niños. En este plano, se consideró la pobreza de las madres como un factor que implicaba un alto riesgo en la sobrevivencia de los menores. Bien expresó esta inquietud el galeno Víctor Körner en el Primer Congreso de Protección a la Infancia el año 1912, cuando clamó: "la miseria de la madre, es la muerte del niño!". Durante la primera mitad del siglo XX este interés se reflejó en la  creciente intervención del estado en la protección materno-infantil. Las políticas sanitarias se concentraron en brindar a las madres pobres, trabajadoras e indigentes, atención profesional al parto y puerperio, y asistencia sanitaria y social al lactante. El control prenatal también fue promovido, pero en este periodo tuvo escaso impacto, en gran parte por la insuficiente cobertura de la oferta asistencial. Pronto vieron que entre las madres pobres un segmento de mayor vulnerabilidad: el de las madres solteras. En efecto, durante gran parte del siglo XX, se afirmó que la principal causa de la mortalidad infantil era la ilegitimidad de los hijos. Según distintos estudios, los llamados hijos ilegítimos quedaban desprovistos de los recursos económicos que en una bien constituida. Como se constataba, sin vínculo conyugal los hombres podían fácilmente evadir sus obligaciones parentales. Por todas estas razones, se sostenía que el abandono de la pareja exponía al niño a sufrir con mayor vigor los embates de la carencia, como el hambre y el frío. Añadían que a falta de un jefe de familia, la madre debía emplearse privando al retoño de la vital leche materna.

      La ENFERMERA de visita en domicilio, enseñando como bañar un bebe. 
Foto Año: 1948 - Colección: Biblioteca Nacional de Chile.
Además de las penurias referidas, apuntaban con compasión que la situación de ellas se agravaba con el repudio social que recibían, inclusive por parte de su propia familia, por evidenciar que sostenían relaciones sexuales fuera de la institución matrimonial, lo cual se consideraba inmoral. La situación de desamparo de estas mujeres determinó que los profesionales dieran particular interés a este asunto, identificándolo como "el problema de la madre soltera". La gravidez de estas madres era el inicio de un calvario, porque eran despedidas del trabajo apenas se evidenciaba su embarazo. La previsión social que gozaban las obreras contratadas formalmente, determinó que las madres solteras que servían en casas se concibieran como las más desvalidas. Los empleadores difícilmente aceptaban recibirlas con sus hijos, y el desamparo era mayor si, además de la penuria financiera, perdían el único techo que las guarnecía. Deambulaban sin rumbo por la ciudad, la tristeza las consumía, el retoño peligraba con la eminente desnutrición de las madres, y con su falta de abrigo. Este agrio panorama representaba una amenaza para el feto, no solo por el descuido de la salud materna, sino porque las madres, desesperadas por su suerte, sin ver salida, podían abandonar a sus hijos una vez nacidos, o en el peor de los casos, cometer abortos o infanticidios.

Más información:
http://www.memoriachilena.cl/602/w3-article-100695.html


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