Foto de 1948. Colección de la Biblioteca Nacional de Chile. |
A fines del siglo XIX,
expertos chilenos comenzaron a preocuparse por la suerte de la infancia pobre y
desprotegida y despertaron un genuino
interés por mitigar el alto índice de mortalidad infantil y de morbilidad
en la población chilena. A la luz de la cuestión social, identificaron los
bajos salarios, el desempleo, el hacinamiento y la deficiente infraestructura
sanitaria, como las principales causas de las dolencias digestivas y
respiratorias que llevaban a la muerte y a la enfermedad. La esperanza de
revertir la debilidad física, intelectual y moral que observaban en el pueblo, se depositó en
mejorar la subsistencia y atención sanitaria de gestantes y niños. En este
plano, se consideró la pobreza de las madres como un factor que implicaba un
alto riesgo en la sobrevivencia de los menores. Bien expresó esta inquietud el
galeno Víctor Körner en el Primer Congreso de Protección a la Infancia el año
1912, cuando clamó: "la miseria de la madre, es la muerte del niño!".
Durante la primera mitad del siglo XX este interés se reflejó en la
creciente intervención del estado en la protección materno-infantil. Las
políticas sanitarias se concentraron en brindar a las madres pobres,
trabajadoras e indigentes, atención profesional al parto y puerperio, y
asistencia sanitaria y social al lactante. El control prenatal también fue
promovido, pero en este periodo tuvo escaso impacto, en gran parte por la
insuficiente cobertura de la oferta asistencial. Pronto vieron que entre las
madres pobres un segmento de mayor vulnerabilidad: el de las madres solteras.
En efecto, durante gran parte del siglo XX, se afirmó que la principal causa de
la mortalidad infantil era la ilegitimidad de los hijos. Según distintos
estudios, los llamados hijos ilegítimos quedaban desprovistos de los recursos
económicos que en una bien constituida. Como se constataba, sin vínculo
conyugal los hombres podían fácilmente evadir sus obligaciones parentales. Por
todas estas razones, se sostenía que el abandono de la pareja exponía al niño a
sufrir con mayor vigor los embates de la carencia, como el hambre y el frío.
Añadían que a falta de un jefe de familia, la madre debía emplearse privando al
retoño de la vital leche materna.
La ENFERMERA de visita en domicilio, enseñando como bañar un bebe.
Foto Año: 1948 - Colección: Biblioteca Nacional de Chile. |
Además de las penurias referidas, apuntaban
con compasión que la situación de ellas se agravaba con el repudio social que
recibían, inclusive por parte de su propia familia, por evidenciar que
sostenían relaciones sexuales fuera de la institución matrimonial, lo cual se
consideraba inmoral. La situación de desamparo de estas mujeres determinó que
los profesionales dieran particular interés a este asunto, identificándolo como
"el problema de la madre soltera". La gravidez de estas madres era el
inicio de un calvario, porque eran despedidas del trabajo apenas se evidenciaba
su embarazo. La previsión social que gozaban las obreras contratadas
formalmente, determinó que las madres solteras que servían en casas se
concibieran como las más desvalidas. Los empleadores difícilmente aceptaban
recibirlas con sus hijos, y el desamparo era mayor si, además de la penuria
financiera, perdían el único techo que las guarnecía. Deambulaban sin rumbo por
la ciudad, la tristeza las consumía, el retoño peligraba con la eminente
desnutrición de las madres, y con su falta de abrigo. Este agrio panorama representaba
una amenaza para el feto, no solo por el descuido de la salud materna, sino
porque las madres, desesperadas por su suerte, sin ver salida, podían abandonar
a sus hijos una vez nacidos, o en el peor de los casos, cometer abortos o
infanticidios.
Más información:
http://www.memoriachilena.cl/602/w3-article-100695.html
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