Si
hablamos del uniforme de enfermería, prácticamente hay que hacerlo en femenino, ya
que es una profesión ejercida mayoritariamente por mujeres, el porcentaje de varones actualmente está cercano al 20%.
La
enfermería ha sido una de las pocas profesiones a las que podía aspirar una
mujer en su intento de liberación e independencia desde el comienzo del
siglo pasado; a lo largo de sus años, ese llamado uniforme fue cambiando poco a poco hasta ser casi irreconocible con los actuales.
Con
algunas reservas, se puede decir que el uniforme de enfermería tiene su
origen en el siglo XIX y su diseño deriva en gran parte del que usaban las
religiosas en su cuidado con los enfermos y heridos de guerra. Con la
profesionalización de la enfermería, que comenzó a finales del mentado siglo,
comenzaron crearse asociaciones y escuelas enfermeras, ya en hospitales o en
organizaciones como la Cruz Roja, etc., y la indumentaria se fue adaptando a
la coyuntura social de la época.
A
principios del siglo XX, el uniforme constaba de un vestido de color oscuro, gris, azul o negro,
con cuello y puños blancos, que podía tener o no, un babero blanco cubriendo la
parte delantera, y a partir de la cintura, un largo delantal blanco cubriendo el
cuerpo en todo su contorno que llegaba hasta los pies, en los que se llevaban unos botines.
Todo ello con o sin cofia. Y no hay que olvidar las medias.
La
Gran Guerra trajo consigo importantes cambios en los uniformes debido a que las
enfermeras tenían que ser rápidas y capaces de proporcionar cuidado y atención
a los soldados de la manera más eficaz posible, por lo que se añadieron
bolsillos y las mangas para facilitar el movimiento. Acabada la Guerra, ninguna
enfermera quería ponerse de nuevo los antiguos vestidos voluminosos y los
gigantescos delantales de la década anterior, así un simple vestido blanco que
caía hasta los tobillos reemplazó el pesado traje del pasado y se convirtió en
la nueva base del uniforme. Los delantales y uniformes se volvieron mucho más
sencillos durante la mitad de los años 40. Se acortó la longitud del delantal,
lo justo para proteger el frente del vestido, el dobladillo de la falda iba
subiendo cada década un poquito más, siguiendo el estilo de las mujeres de la
época. Y a más blanca la indumentaria, aparecen las medias de ese color.
Los
vestidos se hicieron más simples, facilitando el lavado y planchado, además el
auge de las lavadoras y secadoras facilitaron la limpieza y recambio de los
uniformes en el trabajo diario.
Siendo la década de los 70 cuando el uniforme pasó a considerarse prácticamente
como una herramienta más de trabajo, que respondía a las características
de comodidad y funcionalidad propias con las que debe contar la ropa de trabajo
profesional, desligándose claramente de consideraciones de carácter religioso.
Comienza la desaparición de la cofia y los zapatos dejan de ser botines,
resultando más simples y cómodos.
Los
uniformes de enfermera empezaron a parecerse a la ropa cotidiana, y aparecen los
juegos de pantalones y chaqueta blanca.
Las
camisolas de cuello abierto y pantalones se hicieron muy populares entre las décadas
de los 80 y 90, así como la aparición de calzado cómodo y muy variado, quizá
influidos por la incorporación de hombres como enfermeros
Desde
los 90, el uniforme tradicional de enfermera se ha ido sustituyendo por los nuevos
trajes de tela en la mayoría de los hospitales del mundo occidental, pudiendo
encontrarlos en diferentes estilos, tejidos, colores, estampados, diseños, etc.
Hoy
en día, la forma de reconocer a una enfermera o enfermero es mediante su placa
identificativa del uniforme o bien por la diferenciación de color de uniforme
que haga el Hospital o Centro de Salud.
Más información y fuentes:
https://asistenciasanitaria.com.ar/2018/08/16/el-uniforme-en-enfermeria-y-su-influencia-en-la-imagen-social-y-en-la-historia/
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