Aunque la firma final no fue hasta el Tratado de Versalles, firmado el 28 de Junio
de 1919 entre los Países Aliados y Alemania, en el Salón de los espejos del Palacio de Versalles, poniendo
fin oficialmente a la Guerra y que entró en vigor el 10 de enero de 1920.
El mundo dejaría de ser el mismo. Este hecho histórico dio forma al mito de la enfermera gentil y joven, que a menudo era voluntaria, miembro no entrenada del cuerpo de voluntarias de ayuda, vestida con su uniforme blanco e inmaculado, y desde entonces es universalmente admirado. Fue el momento de la gran irrupción de la mujer en la enfermería tanto profesional, siguiendo los pasos de Florence Nigtingale, y además un gran número de voluntarias.
La imagen y los uniformes de la Cruz Roja resultaban atractivos y románticos, pero el trabajo en sí mismo era agotador, no tenía descanso y en ocasiones resultaba repugnante y su estatus en la sociedad era poco más alto que el de las empleadas domésticas, estaban muy mal remuneradas. Tenían principalmente la función del aseo doméstico, la limpieza de pisos, el cambio de sábanas y el vaciado de bacinillas, y sólo en etapas posteriores de la guerra se les permitió que cambiaran vendajes o administraran medicamentos. En muchos casos, no fueron recibidas con agrado, pues las enfermeras profesionales, que luchaban por algún tipo de reconocimiento con estudios y prácticas apropiadas, temían que esa enorme invasión de voluntarias no cualificadas socavara sus esfuerzos. Las relaciones entre las enfermeras profesionales y las asistentes voluntarias se reducían a una rígida e inquebrantable disciplina. El clima de la vida en la enfermería era muy severo. A pesar de las difíciles condiciones en hospitales de campaña, en trenes, chozas, etc., los soldados fueron atendidos, consolados y cuidados, a menudo con enorme riesgo para las propias enfermeras. Las posibilidades que un soldado tenía de sobrevivir a las heridas era mínima sin la ayuda y abnegada dedicación mostrada por estas VALIENTES mujeres.
Las
que regresaron llegaron a sitios donde quedaban pocos hombres. Fue esa pérdida
enorme de cientos de miles de jóvenes varones en Francia, Bélgica, Reino Unido,
además de Rusia y, por supuesto, Alemania, lo que facilito o ayudo en parte la
lucha por la igualdad y la extensión del sufragio a las mujeres.
La
guerra produjo problemas sanitarios que difícilmente se conocían en la vida
civil y que los médicos y enfermeras no habían experimentado antes. El más
común fue la infección de las heridas, cuando los hombres acribillados con
balas de metralletas quedaban con trozos de uniforme y barro contaminado de las
trincheras que se propagaban hacia su abdomen y sus órganos internos. No había
antibióticos, por supuesto, y los desinfectantes que se utilizaban eran rudimentarios
e insuficientes.
Según
Christine Hallett en su amplio estudio de investigación sobre la enfermería en
la Primera Guerra Mundial, en su libro, Veiled Warriors ("Guerreras con
Velo"), habla de como en el frente ruso se usaron medidas con frecuencia
muy radicales, como cubrir las heridas con yodo o sal, se vendaba con firmeza
al cuerpo y la víctima aún tenia que ser transportada muchos kilómetros hacia
los hospitales de guerra.
En
Reino Unido se hicieron muchos esfuerzos para tratar las heridas infectadas,
pero miles de soldados murieron a causa de tétanos o gangrena antes de que
fuera descubierto un producto sanador efectivo. Hacia el fin de la guerra
comenzaron a surgir algunas soluciones eficaces aunque también portaban grandes
peligros. Una de ellas fue la transfusión sanguínea, que se llevaba a cabo
conectando una sonda entre el paciente y el donante: una transferencia -
transfusión directa.
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"Elsie y Mairi las enfermeras que decidieron estar lo más cercano al frente de batalla para salvar la vida de los soldados".
Elsie y Mairi viendo como día a día morían
soldados como consecuencia de heridas que a sus criterios podrían salvarse si
tuvieran una asistencia rápida tras producirse sus lesiones y
como enfermeras expertas, decidieron establecer su propio puesto de primeros
auxilios lo más cercano posible a la primera línea de guerra en el frente de Pervyse,
Belgica, en noviembre de 1914, conscientes de que ponían sus vidas en peligro.
En muchas ocasiones estuvieron realizando su trabajo bajo el fuego y no abandonaron
sus puestos en Pervyse hasta que la zona fue gaseada en 1918. Ambas fueron
galardonadas con la Orden belga de Leopold en 1915 y la medalla militar
británica en 1917 por su valentía y entrega.
3- Las
enfermeras Elsie Knocker y Mairi Chisholm en su puesto de socorro cercano al frente de batalla atendiendo a un soldado belga herido que parece inconsciente, en primer termino un militar sostiene una bandeja con instrumental. Pervyse, Bélgica. 30 de julio de 1917.
Más
información y fuentes:
https://i.pinimg.com/originals/d2/9c/95/d29c9552188e4d1788a2f76620e0322f.jpg
https://www.facebook.com/ww1incolour/photos/a.603654039778452/2023079184502590/?type=3&theater
https://www.facebook.com/ww1incolour/photos/a.603654039778452/2023079184502590/?type=3&theater
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