martes, 5 de mayo de 2020

Enfermeras con equipos de protección para gases tóxicos.

Miembros del Cuerpo de Enfermeras del Ejército de EE. UU.  avanzan a través de una nube de humo durante un simulacro de adiestramiento para el uso de máscara ante un posible ataque con gas. 
Actualmente todo el mundo está inmerso en una batalla contra un agente muy peligroso, un coronavirus, y para enfrentarse a él, es necesario tomar ciertas precauciones, es tal el impacto en los medios de comunicación, que no solo los sanitarios sino la población en general está familiarizándose con la panoplia protectora de la contaminación, sus diseños y colores.
En la foto de la publicación, las máscaras, combinadas con los uniformes blancos de las enfermeras, hace que parezcan sacadas de un cómic de la época. Como vemos de una u otra forma siempre el colectivo enfermero está presente en primer lugar de los acontecimientos y también del peligro.

Enfermeras con equipos de protección para gases tóxicos.
Segunda Guerra Mundial. 1940.

 Foto coloreada por Divertimento con ColouriseSG.

Tras algunos experimentos más o menos mitificados de la Antigüedad, como las hogueras de alquitrán y azufre de los espartanos frente a las murallas de Atenas en la guerra del Peloponeso, la Primera Guerra Mundial marca un momento decisivo en el uso de estos venenos. El gas mostaza, la estrella de la guerra química, pesaba más que el aire y se extendía como un líquido entre los pies de los soldados hasta que empezaba a evaporarse. Las quemaduras que provocaba eran atroces, así como los daños a los ojos, los pulmones y otros órganos internos. La piel enrojecía y se llenaba de grandes ampollas. Uno de los heridos más célebres por este gas fue el Adolf Hitler, soldado de primera durante la Gran Guerra.
En los años posteriores, varios países usaron estas armas de manera industrial: los británicos en Irak en 1920, el Ejército español en la guerra del Rif (1925), los italianos en la invasión de Etiopía (1935) y los japoneses en China (1941).
En la Segunda Guerra Mundial, ni los nazis ni los aliados utilizaron estos compuestos en combate, aunque la verdad es que la posibilidad de su uso siempre estaba “ahí”, por eso había que estar preparados para lo que sucediera. Los biógrafos de Hitler sostienen que los daños que sufrió como soldado en la Gran Guerra le convencieron de no volver a recurrir a esos terrores químicos en la Segunda. La realidad es que el Ejército alemán desarrolló agentes nerviosos como el gas sarín, si no los usaron, fue porque los servicios secretos pensaban que los aliados también los conocían y podían usarlos contra la población del Tercer Reich. En cambio, no les importó incorporar a la llamada "solución final" el pesticida Zyclon B para culminar al genocidio nazi.

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